Se hacía de noche de camino a Las Vegas y el coche se quedaba sin gasolina. No habíamos calculado bien. No nos puede pasar esto ahora, dijimos. Al final, tuvimos que parar en el Motel Clown. No me gusta nada este sitio, la verdad, le dije. Solo había un coche aparcado en el Motel. La luna intentaba resarcirse de tanta nube y no le dejaba iluminar como en días pasados. El Motel Clown era inquietante y extraño, al lado de la recepción vimos las siluetas de las tumbas de lo que parecía ser el cementerio del pueblo. Y nos fuimos hacia la recepción.
Al entrar, tocó una campana de bienvenida con un sonido perturbador, aunque supongo que mi percepción estaba distorsionada por la situación. A nuestros pies una moqueta inquietante con tonos pasteles en un hall con una decoración muy recargada. Miraras donde miraras veías payasos de multitud de formas y colores. Ella empezó a impacientarse. No te preocupes, todo irá bien, le dije intentando usar un tono conciliador.
De repente, oímos con una voz ronca decir “Welcome my Friends”, nos dimos la vuelta y vimos un hombre corpulento de pelo gris que salía de la parte de atrás. Dimos un pequeño salto al escucharlo pero intentamos que no se notara. Estábamos algo nerviosos. Tenemos habitaciones dobles disponibles, nos dijo. No teníamos opción. La 212. Aquí tenéis. La campana volvió a sonar al salir. Nos fuimos a paso ligero hacia la habitación capicúa con payaso en la puerta. Y allí pasamos la noche.
Texto y foto de Javier Vallas. Del proyecto American Dream by Javier Vallas.